martes, 4 de agosto de 2009

Ns/Nr

Ns/Nr

No sabe, no responde por sus hijos, por sus borracheras. Anoche, en la cancha de tejo, cogió una botella por el cuello, hubiera querido coger por el cuello a Naís cuando le pasó la cuenta en un pedazo de papel periódico grasiento (como el fondo de la canasta de morsilla cuando sólo queda una papa criolla y nadie, qué pena con bustedes, le echa mano pa comérsela), y la golpeó sin soltarla contra una pared y, en medio del devaneo, comenzó a desafiar a sus compañeros. No sabe, no responde: que quién la manda a abrir las piernas y preste para acá una amarga, que gané la mano. Aunque prefiere que en su turno le pongan una de Negrete, se conforma con la voz de Giovanni Ayala… ¡Así es que se tira el tejo, hijueputa! Que se lanza, mano, que se lanza, ¿no le da pena con doña Naís? No sabe, no responde; entre broma y broma un sorbo y carcajadas. Pero mañana madruga a cumplir la cita de alimentos: que vayan a rastrojiar, a ganarse la papa o que se dejen morir de hambre, porque a mí ni pa sostenerme me alcanza. ¡Mecha! No sabe, no responde: pero para el tejo sí le alcanza, quién la totió, mucho berriondo, yo no estoy hablando con usted; pues le regalo los chinos si tanto le gustan. No sabe, no responde, tal vez a nadie le importan ese par de langarutos y la muy malparida de la fiscal mañana comida de lo puro indignada, como si supiera, al menos, cómo se llaman esos dos. Se la imaginaba (tenía que ser una de esas viejas estiradas) mirándolo por encima de las gafas y leyendo el nombre de los niños. El problema era que, en esos momentos, ni él se acordaba de cómo se llamaban. ¿Carlos, Yeison, Leonardo, Braulio? ¿Se encachó, Braulio? ¡Buena, mano! Anoche estaba seguro de que iba a ganar la partida: su amigo Braulio estaba muy bien de pulso y él casi siempre ganaba la mano. Pero esos chinos no se llamaban ni Carlos ni Yeison ni Leonardo ni Braulio. Yo ni los conozco. No sabe, no responde; apenas tiene un recuerdo borroso de la desnudez de Nelly, esa de la que, aún anoche, se jactaba. No sabe, no responde si fue la cuenta o si el escarnio del que anoche, antes de romper la botella contra una pared, fue víctima. Pero amenazaba impetuosamente a sus compañeros, sin importarle las heridas de sus manos. No sabe, no responde: debía tenerlas dormidas; llevaba toda la tarde jugando. Y nada que ganaba, porque prefería jugar tejo oyendo las rancheras de Negrete, pero Naís (vaya usted a saber si era tocaya de la fiscal que lo citó) estaba muy contenta con el disco que le regaló Fabián. Anhelaba haber quedado eunuco cuando lo mordió, todavía chinche, el ternero; pero sólo le quitaron una. O, mejor, ahora que salga busco a los chinos y los arreglo a chuzo. No sabe, no responde, de paso también nos arregla si pierde, se reían, lo tocaban, salían corriendo, hacían mecha y lo desdeñaban sus compañeros. Y eso que sus hijos no se llamaban, ni tenían más cara que las piernas, el cuerpo, los gestos de Nelly. Y casi no se encacha Braulio: eso es buen anuncio. No sabe, no responde o, a lo mejor, ni se acuerda de cuándo le llegó la citación. Ayer, antes de salir del rancho, encontró el papel y le pidió a un vecino que se lo leyera. Había comenzado mal el día, pero seguro le iba bien en la cancha. Y, sin haber tocado el piso de la tienda, comenzó a sentir las burlas, las miradas. Seguramente Naís era la fiscal del pueblo, y hoy no le perdonaría la cuenta. ¿Y ese disco tan malo? Que se lo había dado Fabián y que si no le gustaba, se fuera. Yo me pido a Braulio, a los otros les doy botella y no se meta, mano, que lo daño. Y rompió una botella y se rehusó a pagar la cuenta, a regalarle la plata a los chinos, y le sacó un ojo a Milton (que apenas podía contener la risa) y salió corriendo. No sabe, no responde por qué lo encontraron al lado de la carretera con dos papeles en la mano y con las venas tasajeadas.

Noviembre de 2008.

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