domingo, 9 de noviembre de 2008

GOODBYE LENIN

UN POEMA BREVE

Si, hasta el momento, no he escrito nada de la película Goodbye Lenin, es porque nunca he podido observarla con una mirada crítica, que busque conceptos, similitudes y correspondencias con lo que he conocido durante la carrera. Si bien la primera vez que vi este filme fue en una de las materias que tomé en el primer semestre, siempre me he inclinado a leerlo desde una perspectiva poética: nunca me importó tanto encontrar índices recurrentes, pues veía con tristeza e hilaridad erigirse la bandera de Cocacola, mientras Alexander creaba una República Democrática Alemana ideal.

A mi modo de ver, la película de Wolfgang Becker vuelve a levantar el muro de Berlín y lo desarma piedra a piedra: no se trata de una caída sino de la evaporación de las fronteras. He visto cómo los ideales de izquierda pueden triunfar en nuestro universo cocacolizado.

ELEPHANT (2003)

UN ELEFANTE EN UN LABERINTO

Una interminable secuencia de planos generales y paneos que van siguiendo, con extraña discreción, a los jóvenes de una secundaria norteamericana arquetípica constituyen la película Elefante, de Gus Van Sant. A partir de esa estrategia, a mi parecer, el director logra adormecer el ritmo acelerado y temeroso de la cotidianidad estadounidense postatentado de las torres gemelas. Las imágenes prolongadas vuelven a crear los hechos violentos de la escuela de Columbine, y extravían al espectador en un laberinto.

Podría afirmarse que uno de los efectos logrados por el director con la lentitud de la película es el de recrear un hecho inexplicable, tanto por sus dimensiones como por su improbabilidad, en una secuencia de imágenes estructuradas como un rizoma. Así, se siguen conversaciones, se entrecruzan historias y se levantan muros invisibles de realidades silenciadas que, extrañamente, refunden un problema social del tamaño de un elefante en un minúsculo laberinto.

martes, 4 de noviembre de 2008

AMERICAN PSYCHO

LA IRONÍA COMO CONSTANTE NARRATIVA

La adaptación cinematográfica de la novela de Bret Easton Ellis, American Psycho, muestra, de la manera más irónica, la sociedad de consumo nortemericana de la década de 1980. A partir de la ironía con la cual se presentan las situaciones, se llega a la mente de un psicópata: una persona sin sentimientos morales en un contexto capitalista, donde la posición social es la mejor coartada. El espectador se encuentra con el mundo de las personas sin nombre: alguien que lleve un vestido de diseñador, una corbata especialmente escogida y anteojos de marca recibe un nombre cualquiera y sus particularidades desaparecen a los ojos de la sociedad.

Por eso, si la narración no escudriñara en el pensamiento del psicópata ni se focalizara en sus pasos, cualquier personaje podría serlo. Pero la narración siempre está siguiendo los pasos de Patrick Bateman, quien se encuentra en una tensión entre su necesidad de pertenecer a la represión de la sociedad y su propia imposibilidad de reprimir sus impulsos. En esa medida, la directora Mary Harron hace uso de una figura retórica como la ironía, la cual lleva al extrañamiento y a las reacciones hilarantes, para mostrar una sociedad consumida por sus propias ficciones.

En medio de la forma tan acertada de llevar la narración desde lo irónico y lo grotesco, el espectador cree encontrarse con un problema latente en la película: es que, hacia el final, se le atribuyen sentimientos morales al psicópata, tales como la culpa, el arrepentimiento y la pena, esto es, el dolor. No obstante, creo que es una forma de dejar abierta la narración a múltiples interpretaciones: puede pensarse en una redención, o en que lo que llamamos psicópata es a uno mismo, y otras interpretaciones que dejan un sentimiento de desasosiego. Interpretaciones que se confunden con la calidad de la película. ¿Hemos asistido a una película vacía o ese vacío es la sensación que nos ha dejado?